martes, 17 de diciembre de 2013

Crónica: Manos mágicas


Llegó alrededor de las ocho de la mañana sintiendo el clima frió en su rostro, eso aumenta el dolor muscular y él lo sabe, puede que haya más clientes, mucho más siendo lunes, pues la gente suele hacer deporte los domingos y es cuando más corren el riesgo de lastimarse, eso ayuda al negocio. La prioridad durante la mañana será arreglar el consultorio, que está hecho un caos, pues es un día especial ya que un grupo de jóvenes “deporteros” le realizaran un reportaje en la tarde.

Suele atender a sus clientes en el patio de una casa tradicional muy vieja pero cuidada, o también en el consultorio, que es un pequeño cuarto con todos los implementos que necesita para realizar su oficio, por suerte lo que hay que arreglar en el patio es poco, pero el trabajo que le esperaba en el cuarto era mucho mayor, mover los juguetes de su hijo menor, organizar sus herramientas, así como toda la mezcla de tarritos de colores con diferentes cremas, limpiar el polvo por aquí y por allá, incluso una manito de aromatizante. En pocas horas su espacio de trabajo se había transformado literalmente de como una joven aquejada que venía a fregarse el pie, unos días antes, lo había encontrado, antes de proponerle que le colaborara para un reportaje, pues le intereso en sobremanera su popular oficio.

En lo que quedaba de la mañana se dedicó a atender algunos clientes, un golpe en pleno partido de ecuavoley el domingo por la desesperación de no perder la java, o un mal movimiento al cargar un costal en el mercado, son algunas de las situaciones con las que se encontró antes de finalizar el medio día y que en su larga trayectoria como sobador son comunes y corrientes.

Almorzó con normalidad en el mercado de Chiriyacu, con cuidado de no manchar su gala prepara especialmente para ese día y regreso apresurado esperando que sus no particulares visitantes hayan llegado antes, por lo contrario, se demoraron un poco más de la cuenta en llegar, así que pudo trabajar con normalidad hasta las tres de la tarde.

Cuando llegaron los peculiares espectadores, su jornada de trabajo se encontraba en su esplendor, un militar de bajo rango llegó con sus compañeros, mientras le explicaba a Fausto el gran dolor que sentía en su tobillo, ambos aceptaron con dificultad y nervios que aquella cámara similar a un arma sensitiva se posicionara al frente suyo para capturar fotograma a fotograma todo aquel proceso ancestral, que mezcla el conocimiento popular con técnicas de fisioterapia, basadas en el tacto y los masajes.

Mientras el cadete se preparaba para recibir esas caricias milagrosas de aquellas manos mágicas, Fausto trajo dos tarritos pequeños, con una crema roja y otra blanca, papel higiénico y algunas vendas, lo atendió en el patio sentándose al frente del pixelado en un pequeño banquito. Comenzó por colocar la pierna del adolorido sobre una banca amarilla bastantes desgastada, mientras con sus dedos sentía los músculos, hinchazón y palpitaciones de aquel pie aquejado. Luego empezó a calentar el área afectada, despacio y tomándose su tiempo, usando ambas manos en todo momento.

La danza de sus manos mágicas duro pocos minutos, aunque la sincronía con las que se movían eran dignas de inspiración para el mas sexual y retorcido pensamiento, le coloco el ungüento especial del tarro rojo, mientras no paraba de masajear la planta del pie y al mismo tiempo presionar sobre el tobillo, sus ojos no se apartaban se su delicada operación, pero su sonrisa y tranquilidad aliviaban al cadete que en ciertos momentos evitaba mostrar el dolor que sentía con aquel masaje.

Cuando termino de colocarle la crema, los movimientos de sus manos se volvieron más brusco y complicados, parecía buscar acomodar algo, la presión ejercida a través de sus dedos hizo que el adolorido se retuerza intentando disimular su dolor, hasta que de repente el dolor desapareció, Fausto levanto la mirada y vio como desaparecían las facciones de dolor físico que su cliente presentaba segundos antes de ese último movimiento brusco, y aunque seguía masajeando el tobillo, la reacción del afectado no era la misma. Se limpió  el exceso de crema con el papel higiénico y empezó a vendar con paciencia la zona intervenida por su técnica popular.

El soldado agradecido, se arregló la ropa y se puso la bota, mientras Fausto se puso de pie y movía sus herramientas de regreso a su lugar al interior del consultorio, un billetito de cinco dólares relució de las arcas del agradecido cliente, quien llego cojeando. A los breves segundos que se retiró el cliente, llego un nuevo adolorido, por servir mal durante un partido de voley. El vecino, ya viejo conocido de Fausto, lo relajo un poco con ciertos chiste y compañerismo, el impacto de ver las cámaras fue mucho menor en él y transmitió eso a su querido sobador.

Cuando se desocupo, atendió a sus curiosos espectadores a puerta cerrada en su consultorio, estos los invadieron de preguntas sobre su oficio, su historia personal, de todo un poco. Fausto aún no superaba el pánico escénico, pero se desenvolvía como podía. Aunque se mantuvo reservado, sencillo y humilde, relató cómo su mayor dicha radica en la confianza que la gente le tiene, la satisfacción de que sus manos puedan aliviar las dolencias que la gente tiene, cuando la medicina tradicional no es una opción por costos o acceso.


Al terminar el largo interrogatorio, al salir del consultorio Fausto se encontró con una señora esperándolo, se había caído en el mercado y estaba lastimada el tobillo, manos pulcras y a la obra.

(AC)

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